El ajedrez
tiene a una mujer como inspiración. Ha sido así desde que en 1963, el
británico Sir. William Jones escribió –en latín- el poema llamado Caissa,
nombre de la diosa griega venerada desde entonces como la musa del llamado
juego ciencia.
Según
la
historia más extendida, el dios Apolo ideó el ajedrez para que Ares se
lo
entregara a Caissa como ofrenda de amor. Sin embargo, otro relato cuenta
que
fue ella la creadora del deporte de las 64 casillas y lo envió a la
Tierra como obsequio a los seres humanos por su valor e inteligencia. De
cualquier manera, la
musa helénica es la protectora aquellas personas que se enfrentan
tablero por
medio y de quienes disfrutan el milenario deporte.
En los
torneos ajedrecísticos se escucha con frecuencia la frase: “Caissa estuvo
conmigo”, para referirse a la suerte, sobre todo ante situaciones complicadas o
al enfrentar rivales difíciles.
Pero, a pesar
de tener una mujer como inspiración, el juego ciencia fue durante muchos años
un escenario disfrutado, casi exclusivamente por hombres. Eran los miembros de
la nobleza los únicos privilegiados que podían mover piezas en el tablero
escaqueado. Y aunque paulatinamente el ajedrez se popularizó en las capas
medias de las sociedades y entre algunos avezados obreros y estudiantes, las
mujeres no eran practicantes asiduas.
Vera Menchik,
la precursora
No fue hasta
finales del siglo XIX e inicios del XX que ellas comenzaron a ser más visibles
en torneos internacionales. Pero quizás la primera ajedrecista que impresionó
al mundo fue la rusa Vera Menchik, primera campeona mundial entre las mujeres
al coronarse en 1927, título que mantuvo hasta su muerte en 1944.
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Vera Menchik, primera campeona mundial de ajedrez entre las mujeres. |
Menchik,
nacida en Moscú el 16 de febrero de 1906, aprendió a jugar ajedrez en el seno
familiar. A los 15 años se mudó al poblado de Hastings, poblado cercano a
Londres, Inglaterra, ciudad con mucha afición por el deporte de las 64
casillas. Poco tiempo después se vincula a los clubes de la ciudad y conoce al
jugador Geza Maroczy, quien la tomó como discípula.
Compitiendo
por la desaparecida Checoslovaquia –país natal de su padre- o por Inglaterra,
Menchik decidió no tomar parte en torneos exclusivos para mujeres, pues creía
que en estos limitaban su desarrollo deportivo. Solo participó en las Copas del
Mundo femeninas para mantener el título del orbe.
Los hombres
fueron testigos de su calidad ajedrecística en varios de los torneos más
importantes de los circuitos internacionales. Uno de los resultados que ha
llegado a ser más conocido en Cuba es su segundo lugar en el tornero de
Ramsgate, Inglaterra, en 1929. Allí terminó empatada con el famoso maestro
Akiba Rubinstein, a solo medio punto del ídolo cubano José Raúl Capablanca y
por delante de su propio entrenador Maroczy.
También ha
pasado a la historia el “Club Vera Menchik”, discriminatoria iniciativa del
ajedrecista austriaco Albert Berger que se produjo durante el torneo de Karlbad
de 1929. Berger, menospreciando las aptitudes de Menchik, propuso fundar un
círculo exclusivo para aquellos hombres que fueran derrotados por la talentosa
maestra. Hubo muchas bromas al respecto, pero Vera no dejó margen a las burlas
cuando venció al propio Berger, quien se convirtió en el primer inquilino del
susodicho club.
En años posteriores
Menchik obtuvo triunfos ante destacados ajedrecistas como Max Euwe, Jacques
Mieses, Lajos Steiner, Frederick Yates, Edgar Colle, Fritz Sämisch, George
Thomas, hasta sumar la cifra de 41 maestros.
La meteórica
carrera de Vera Menchik tuvo un fin trágico cuando apenas había vivido 38 años.
El 26 de junio de 1944 una bomba nazi cayó sobre Londres e impidió que la
extraordinaria muchacha de juego posicional y sólida defensa continuara
brillando frente al tablero.
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