Fotograma de Oculta, dirigido por Jessica Franca Artigas. |
Por Mayté Madruga Hernández
Cuando Camionero (2012) llegó a la Muestra Joven, de pronto todos los asistentes descubrieron que detrás de las canciones de la trova y de los recuerdos idealizados de aquellos años en las escuelas vocacionales o los preuniversitarios en el campo, se escondían historias de bullying, burlas, acoso. Que mientras a muchos les parecía gracioso burlarse del “flojo” del aula o de la que hablaba menos, en realidad esto constituía un irrespeto a la diferencia, a la equidad. Muchas historias y anécdotas comenzaron a resurgir a raíz del cortometraje de Sebastián Miló.
Cinco años después llega Oculta, un corto de Jessica Franca Artigas, quien ya no resulta una artista novel, ni desconocida, pues a partir de sus anteriores trabajos: Pas de deux e Ida y Vuelta, Franca se posicionó como una de las realizadoras con más historias y habilidades narrativas del momento.
Oculta pudiera parecer a primera vista Camionero en su versión femenina, pero me niego a reconocerlo como tal. Primero, porque sería simplificar, mediante el recurso de la comparación, dos materiales que tienen mucho que decir por sí solos; y segundo, porque la poética de la directora tiene pautas claras y un discurso marcadamente feminista, sea esto último de su total aceptación o no.
En tanto, el audiovisual en cuestión se ubica en el mismo contexto de becas cubanas de Camionero. El principal tópico de Oculta es el embarazo en la adolescencia, un conflicto netamente femenino, al verse envuelto el cuerpo y la vida de las mujeres como en ningún otro proceso biológico, particularmente en la adolescencia, una situación que permanece hoy en día, como bien lo puntualiza la realizadora al final de su material.
Agravantes de esta situación lo constituyen las condiciones de la beca, los reglamentos igualitarios, el trato despótico al que es sometido buena parte del estudiantado durante ese momento de su vida, todo ello justificado por la disciplina a la que deben ser sometidos en aras de lograr un “mejor ser humano”.
La disciplina impuesta y no lograda, así como la invisibilización de temas de índole sexual, tanto en las escuelas como en las familias, ha hecho que el embarazo en la adolescencia se convierta en tema de campañas de prevención. El embarazo como estigma donde la mujer debió haber cuidado más “su reputación”; donde las familias de las adolescentes lo asumen como una carga desde el mismo principio; donde implica la interrupción de sus estudios o, en el caso de encontrarse en estos sistemas educacionales, aun hoy corren el riesgo de ser expulsadas.
Todo esto hace que la trama de Oculta se impregne de un gran espíritu de sororidad[1] y recaiga el peso actoral tanto en María (Anel Perdomo) como en Adriana (Andrea Doimeadiós), pues solo entre mujeres amigas se entiende lo que está sufriendo la otra.
Dicha sororidad es también impugnada mediante la burla de muchos de sus compañeros, que no la comprenden. Es en sutiles escenas donde Franca muestra, desde una perspectiva micro, cómo funciona el sistema macro: el patriarcado, y logra trascender la no menos importante historia que está narrando.
La construcción visual de Oculta, a través de la fotografía ejecutada por la misma directora, no solo expone la situación de ocultamiento en que se haya el personaje de María, sino que logra infundir las sensaciones que produce la arquitectura característica de estas instalaciones educacionales. El uso de travellings y grúas para los baños, los pasillos interminables que declaran el ideal de igualitarismo que perseguían dichas edificaciones, son parte del laberinto de emociones y problemas en el que se halla la protagonista.
En ese sentido, es importante destacar la forma en que se presenta María a la cámara. En ningún momento la protagonista es dispuesta para la male gaze[2], y esto no solo está relacionado con la situación de vergüenza en que se encuentra el personaje, sino con el deseo explícito de mostrar otras formas de ver a los personajes femeninos que no sean para la complacencia visual de un público masculino.
Con Oculta, la realizadora se inserta en una corriente de repaso del pasado más reciente, en el cual encontraremos obras como Espejuelos oscuros (2015; Jessica Rodríguez); o El acompañante (2015; Pável Giroud). El atrayente reto de recrear el pretérito inmediato desde la dirección de arte es un tópico del cual no escaparon estos creadores, y tampoco lo ignora Pepe Reyes, director de arte de este material, focalizado por los planos de Franca hacia linternas, banderines y taquillas, en aras de contextualizar lo más fiel posible la época en cuestión.
El más reciente audiovisual de Franca Artigas dialoga con un mosaico de mujeres realizadoras que ya no solo han logrado mostrar temáticas de género con esquemas cinematográficos patriarcales, sino que se apropian del lenguaje audiovisual para establecer más equidades y menos jerarquías. (2017)
Notas:
[1] La palabra sororidad se deriva de la hermandad entre mujeres, el percibirse como iguales que pueden aliarse, compartir y, sobre todo, cambiar su realidad. De acuerdo con Marcela Lagarde, en un texto sobre cultura feminista, las autoras francesas, como Gisele Halimi, llaman a esta nueva relación entre las mujeres sororité, del latín sor, cuyo significado es hermana.
[2] El término fue descrito por la crítica feminista Laura Mulvey en su ensayo Visual Pleasure and Narrative Cinema (Placer visual y cine narrativo). Mulvey plantea que la narrativa cinematográfica ha sido construida para el placer y la mirada masculina solamente.
Tomado de: http://www.ipscuba.net/espacios/altercine/hacer-visible-lo-invisible/las-verdades-ocultas-de-maria-adriana-y-todas-las-demas/
No hay comentarios:
Publicar un comentario