Emiliano (al centro) en el Capitán San Luis. Tomada de www.guerrillro.cu. |
El cabeceador de tabaco que amaba los autos
El 25 de mayo de 1936 nació Emiliano, el segundo hijo de la familia Tellería Urbina. Luisa y Emiliano, humildes trabajadores de las escogidas de tabaco, no podían ofrecerle mucho económicamente ni a él, ni a sus hermanas Idalmys y Silvia, pero sí inculcarle la honradez y la modestia que le acompañaron toda la vida.
Milo, como le llamaron desde niño, solo pudo estudiar hasta sexto grado en una pequeña escuelita pública de su natal Puerta de Golpe, pueblo perteneciente al municipio Consolación del Sur, en la provincia de Pinar del Río.
Lo apasionaban los automóviles. Aprendió algunos secretos de mecánica mientras ayudaba a choferes del barrio a reparar los vehículos. Pero había que contribuir al sustento económico de la familia. Las escaseces lo hicieron abandonar ese primer sueño.
Confiesa que nunca fue amante de las labores agrícolas, sin embargo, a los trece años Milo comenzó sus jornadas de trabajo como recolector de tabaco en una finca cerca de su casa. Seguía así la tradición familiar, que luego abandonó para dedicarse al duro oficio de estibador. Durante dos años viajó en camión tres o cuatro veces por semana desde Puerta de Golpe a La Habana, con cargamentos de productos agrarios y otras mercancías para distintos establecimientos de servicios.
A los 19 años Emiliano dejó las carreteras, sacos y cajas para trabajar con el padre en una escogida de tabaco. Allí organizaba las capas de la aromática y dañina hoja en “gravillas”, que al sumar la cifra de cuatro se convertían en “manojos”. Como “cabeceador de tabaco” se mantuvo hasta el día que subió a un avión para ir a jugar béisbol a las ligas profesionales de los Estados Unidos.
“Coño, si yo pudiera ser como ellos”
Emiliano no recuerda con exactitud cuándo colocó por primera vez un guante en su mano o hizo el primer swing. Pero sí evoca que se enamoró de la pelota esos domingos de béisbol en su terruño, mientras disfrutaba de los batazos y lanzamientos del pitcher y jardinero Ray Gavilán, tercera base Pedro Barrios o de las habilidades del excelso receptor Tatita Martínez. También fue admirador de Willy Miranda, Héctor Rodríguez, Orestes Miñoso, Roberto Ortiz, entre otros. Atento a cada jugada decía: “Coño, si yo pudiera ser como ellos”.
Enamorado del diamante comenzó su andar beisbolero a los quince años como tercera base del equipo de Herradura, en la Segunda Categoría de las ligas provinciales. El delgado adolescente que antes solo miraba desde las gradas lucía así sus cualidades para fildear y sacar out con potentes disparos a la inicial. Poco a poco también mostraba que con el madero podía conectar oportunos batazos.
A los 17 años ya debutaba en los campeonatos provinciales organizados por Juan Antonio Camejo, dueño de la tienda de implementos de béisbol Camejo Sports y locutor aficionado de un programa de radio dedicado también al deporte de las bolas y los strikes. En “Los Petroleros de Ovas” comenzó a ser reconocido como un talentoso bateador de líneas sólidas, veloz corredor en las bases e inteligente jugador de cuadro. Quizás en las gradas de los estadios pinareños algún niño ya anhelaba ser como él.
Continuará...
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