Foto: Ismael Francisco/ Cubadebate. |
Precisamente hoy transcurre uno de esos días en que publicamos muchos textos que las resaltan como protagonistas en múltiples espacios. El 23 de agosto, hace 57 años, se creó la Federación de Mujeres Cubanas. Mi dádiva, la comparto en las siguientes líneas.
De mi madre, Belkis Machín, aprendí que el respeto multiplica las amistades y el cariño. Que la inteligencia no es cosa de hombres y la sensibilidad no es exclusiva de las mujeres.
Lily, la súpertía, me enseñó que la fuerza de una mujer no está relacionada con sus músculos, sino con su voluntad para bracear contra la marea, aunque esta produzca olas gigantes de machismo y conservadurismo. No fue madre, pero fue tía. No ha sido esposa consagrada, pero ha sido amante prodiga en afectos. No pide flores, prefiere una jarra de cerveza fría y un buen concierto de Los Van Van.
Con “abu” Lazarita entendí que nunca es tarde. Ella no entiende de conceptos como género, feminismo, de diversidad sexual o inclusión, pero sí de sueños. Quizás porque le prohibieron bailar en Tropicana, o porque debió dejar su querida Habana para cumplir con sus deberes maritales en Pinar del Río, la vieja ha decidido mutar en defensora de causas justas. “¿Quién dijo que no se puede?”, es su frase favorita.
No haré un inventario de mujeres que han influido en mi vida, pero sí de los aprendizajes vitales junto a ellas. De Isabel Moya me quedo con su talento y la creatividad. Con la mitrada crítica y audaz para entender que el lenguaje, las imágenes y los discursos en general, nunca son neutros. Que los medios de comunicación, lastimosamente, suelen estimular la subvaloración de lo femenino como pocas instituciones sociales.
Con “la profe Isa” comencé a entender que cada texto sexista que sale a la luz significa un retroceso en el camino hacia la anhelada igualdad entre hombres y mujeres.
De otras estudiosas aprendí cuestiones esenciales, aunque aún me considero un aprendiz del feminismo. Por supuesto, no aspiro a quedarme eternamente como bisoño, porque eso implicaría seguir atrapado en las arenas movedizas del patriarcado.
La jurista, escritora y docente costarricense Alda Facio, por ejemplo, me mostró con sus artículos que “lo personal es político”, porque todo lo que hacemos, sentimos, pensamos comemos, cómo amamos, prohibimos o nos liberamos de las ataduras sociales tienen un efecto más allá de nuestra experiencia de vida.
Simone de Beauvoir, lectura obligada, lo expresó así: “El feminismo es una forma de vivir individualmente y de luchar colectivamente”. Y allí vamos, mujeres y hombres, “las histéricas” y los “gobernaos” o “raritos” (no pocos sienten que al hablar de nuevas masculinidades de alguna manera se les escamotea su virilidad, su hombría y se les pretende feminizar).
También tomé las enseñanzas de muchas mujeres que en diversos poblados del país construyen su mundo sin tanta teoría. En Jaguaní las vi liderar cooperativas, en Nuevitas y Minas impulsan iniciativas económicas exitosas, en Artemisa conocí a una longeva de 70 años que maneja con maestría un taxi y a una bombera temeraria. Cárdenas me regaló la historia de una mujer que manipula grúas.
Algunas boxean, juegan béisbol, fútbol, levantan pesas o imparten justicia en diversos deportes que antaño eran considerados de hombres. Con sencillez me han entregado fragmentos de su vida, que pueden motivar a otras mujeres.
De ellas he recibido mucho, y a diario me empeño en retribuirles al menos una parte. Por eso hoy, en lugar de tantos parabienes por el 23 de agosto, mi regalo será más personal: asumiré el reto de ser menos macho y más hombre. Prometo caminar junto a ustedes.
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