Por Jesús E. Muñoz Machín
Yoel, el “Diego de la gente”, como le dicen en el barrio, es un fanático del fútbol. Fanático, reitero, y no un aficionado.
A sus casi cuarenta años bien disimulados, Yoel debe tener el récord de discusiones sobre fútbol. No sobre otro deporte, solo fútbol.
Este personaje pinareño pertenece a la generación que en la década de los ochenta se enamoró de los equipos argentinos y de la magia de Diego Armando Maradona. Yoel es uno de los tantos que se mantiene fiel y vive de la historia de la genial albiceleste que se coronó en los mundiales de 1978 (Argentina) y 1986 (México).
Pero su afición por “el más universal de los deportes” (y no por utilizar la frase hecha) rebasa lo racional. Diego, parecido físico incluido, no dialoga y comparte su conocimiento sobre fútbol, porque prefiere discutir, vociferar y gesticular.
Fanático chileno a la salida del Estadio Maracaná, Río de Janeiro. |
Yoel-Diego no es un aficionado de Argentina, es un fanático que la emprende, incluso, con otros seguidores de su conjunto sí reconocen que Lionel Messi no ha tenido un 2014 tan brillante como otras temporadas o que Sabella es demasiado timorato.
No, él no entiende de argumentos, cómo no entendieron los 85 chilenos que “tomaron por asalto” el cetro de prensa del Estadio Maracaná, las barras bravas de en algunas naciones latinas o los hooligans ingleses.
Yoel, el Diego de nadie, es lo que Eduardo Galeano –mi escritor fetiche hasta que termine el Mundial-, definió como un verdadero fanático, un ser irracional, un hincha de manicomio.
Barra brava en Colombia. |
Hoologans ingleses. |
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