Aficionados al fútbol en España. Foto: EFE |
Otra reflexión interesante de Miguel Lorente...
De nuevo, la realidad nos sitúa ante la paradoja de tomar por cierto lo que interesa y no lo que en verdad sucede. Lo hemos visto con claridad estos días.
El sábado once de junio, tras el partido de la Eurocopa entre Inglaterra y Rusia, se produjo un enfrentamiento entre las aficiones. Es decir, entre hombres aficionados de cada uno de los equipos, y uno de ellos resultó gravemente herido, algo sin duda terrible. Ese mismo día, una mujer fue asesinada por el hombre con quien compartía una relación de pareja en Badalona. A la mañana siguiente, todos los periódicos y las portadas de los digitales recogían la noticia del aficionado ruso en "estado crítico", y ninguno, la información sobre la mujer asesinada.
Ningún aficionado de ninguna selección ni equipo alguno ha sido asesinado en Europa en estos cinco meses y medio de 2016. En cambio, sólo en España, veintitrés mujeres lo han sido por los hombres con quienes compartían una relación de pareja. A pesar de ello, la información se acerca a los dos problemas de manera muy distinta y al margen de cualquier criterio periodístico. Por un lado, no lo hacen desde el argumento de la actualidad, puesto que los dos hechos ocurrieron el mismo día. Y por otro, desprecian la gravedad y trascendencia como criterio relevante, ya que uno de los hechos es un homicidio, y el otro, lesiones graves. El primero se trata de la mujer número veintitrés asesinada por el machismo, y el segundo, la primera agresión ocurrida en un enfrentamiento puntual. Y mientras que el contexto de riesgo de esta última situación acabará el día 10 de julio, con la final de la Eurocopa, la violencia de género continuará mes a mes.
Proteger a los hombres de otros hombres, especialmente en ambientes masculinos como es el deporte en general, y el fútbol en particular, parece una necesidad. En cambio, proteger a las mujeres de los hombres, especialmente en el ámbito de las relaciones de pareja y familiares, no lo es; más bien lo contrario, porque hacerlo supone cuestionar la propia construcción cultural de la masculinidad y las relaciones que se establecen en su hombre, perdón, en su nombre (en qué estaría pensando).
Sólo hay que ver las reacciones que, desde el mundo del deporte, los medios de comunicación y la propia sociedad se producen ante los hechos violentos alrededor del deporte y del fútbol. Sucedió con Jimmy, el aficionado del Deportivo de la Coruña asesinado en las inmediaciones del estadio Vicente Calderón el 30 de noviembre de 2014, y ocurrió con Aitor Zabaleta, seguidor de la Real Sociedad asesinado en el mismo lugar el 9 de diciembre de 1998. Todos los medios recogieron los hechos y plantearon un debate alrededor de la violencia en el fútbol, sin duda necesario, pero sorprendente ante el silencio, la pasividad y la distancia que toman ante la violencia de género, la cual sólo abordan cuando se trata de homicidios, cada vez menos, como vemos en las noticias de hoy, y con frecuencia con informaciones cargadas de estereotipos.
Dos aficionados al fútbol asesinados en 16 años han supuesto una movilización mediática y social. Sin embargo, más de mil mujeres asesinadas en ese mismo periodo de tiempo, aún levantan recelos y distancia a la hora de abordar el problema del machismo y la violencia de género desde el punto de vista mediático, social y político.
La actitud es la misma que adopta la UEFA ante el racismo con la campaña que cada año y en cada campo desarrolla bajo el lema "Stop racismo", sin duda necesaria, pero muy alejada de un problema mayor, como es el sexismo y su violencia de género. En Europa, según los datos de Naciones Unidas a través de UNODC, cada año son asesinadas 3300 mujeres por sus parejas o exparejas, una cifra muy superior a las muertes por racismo. Y esos homicidios sólo representan la punta del iceberg de una violencia de género que sufren trece millones de mujeres cada año en la UE, tal y como recoge el último informe de la Agencia de Derechos Fundamentales (2014).
A la UEFA le preocupa que algunos aficionados imiten el sonido de los simios ante algunos jugadores de color, pero parece que no tanto que millones de hombres griten y agredan a sus mujeres, muchos de ellos sentados habitualmente en las gradas o ante los televisores donde contemplan los mensajes de "Stop racismo", pero sin oír ni ver nada sobre "stop machismo"; que, por cierto, sería el primer mensaje para erradicar también el racismo, la homofobia, la xenofobia... y tantas otras violencias construidas desde la posición del hombre blanco, nacional, heterosexual...
Y no es casualidad tampoco. Sé por mi experiencia como delegado del Gobierno para la Violencia de Género en el Ministerio de Igualdad lo difícil que es implicar al mundo del fútbol en campañas contra la violencia de género. Todo son excusas y referencias a la pendiente resbaladiza del, "es que si lo hacemos con esto, tendríamos que hacerlo con lo otro, y si lo hacemos con lo otro..." Al final no lo hacen con nada y tan tranquilos, mientras las mujeres son agredidas y asesinadas por muchos de los hombres que escuchan y ven toda la publicidad que gira alrededor de cada competición, mucha de ella claramente sexista.
Quizás deberíamos solicitar que el machismo fuera deporte olímpico. De ese modo, muchos hombres verían cubierto su narcisismo y aumentado su ego al ser ellos quienes ganaran siempre las medallas de oro en sus diferentes competiciones. Y es posible que así, las autoridades y los medios de comunicación se preocuparan de las consecuencias de ese deporte dentro y fuera del campo. Y quizás también pondrían más atención sobre las mujeres discriminadas, abusadas, agredidas y asesinadas por esos machistas olímpicos de cada día.
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