viernes, 7 de octubre de 2016

Caibarién, ciudad liberada



Texto y foto: Mauricio Escuela

Caibarién, ubicada al norte de la provincia Villa Clara, no es una ciudad pequeña, tampoco es una comarca de pescadores, mucho menos un sitio aislado en la geografía cubana. He vivido veintiocho años a siete kilómetros de ese lugar y la Villa Blanca pudiera ser la ciudad más desprejuiciada de Cuba. Nada más por eso vale la pena que se le resalte, que se explique cómo allí se acepta lo diferente y se lucha por darle una validez al otro, por los derechos, por la Humanidad.

Frente al conservador Remedios se sitúa un Caibarién que llevó al Poder Popular Municipal a una delegada transexual, no porque fuese transexual sino porque se trataba de una persona con méritos suficientes. Elección que fue respaldada además en las calles, con una conga que recorrió la villa entre vivas a Adela (que así se llama la delegada) y el asombro de unos pocos prejuiciados.

Según José Antonio Patiño, caibarienense de 84 años de edad y amigo mío, la libertad que se respira en la Villa Blanca proviene de la bonanza de que gozó como puerto de cabotaje para el comercio del azúcar, llegándose a exportar hasta dos millones de sacos a través de los muelles situados cerca del centro de la ciudad. “Un estibador podía ganarse a la semana hasta quinientos pesos, lo cual era una fortuna, pero el cangrejero era botarate, no acumulaba capital, eso convirtió a Caibarién en una ciudad de mucho consumo, hizo florecer una cadena de medianos y pequeños comercios, quincallerías, tiendas”.

Asegura también Patiño que aquella bonanza, aquel dinamismo, generaba una moral más abierta, “porque una sirvienta doméstica ganaba tan buen salario que podía pagarse la vida, sin seguir los dogmas machistas que eran predominantes en otros lugares del país”. Mi amigo pudiera llevar buena parte de razón, pues Caibarién continúa hoy como uno de los pueblos de mayor circulación de divisas producto de las remesas provenientes del extranjero, así como por la cercanía del polo turístico de la Cayería Norte. La emancipación económica conduce a formas liberadas de pensar.

Es una ciudad de rápido crecimiento urbanístico, de trazado regular de las calles, de prometedor futuro por su posición privilegiada frente al Canal de la Florida. Mientras otros pueblos quedaron detenidos, la Villa Blanca continúa su expansión a través de nuevos repartos donde reside el personal trabajador del turismo. La liberalidad de sus habitantes pudiera tener muchas causas, pero lo cierto es que se respira, está ahí desde que traspasas la entrada a la ciudad (custodiada por un enorme cangrejo de cemento).

Curioso que a pesar de la mezcla de personas de diferentes lugares de Cuba, sí existe un sentido identitario, sí se desarrolla un amor rápido y sólido por ese salitre que penetra en los edificios y los carcome. El ataque a los dogmas y la falsa moral, el vivir un libre albedrío, incluso el reclamar derechos, están en el estamento duro de la ciudad. Así lo asegura el hecho de ser, durante el siglo XX, una de las urbes cubanas de mayor número de periódicos circulantes, donde se daban enconadas pugnas políticas.

La oralidad popular también lo confirma en voz de mi amigo Patiño: “fíjate si aquí se rechazaba la mojigatería, que a un tipo llamado Fariñas lo cogieron para el bonche, por esperar toda su vida a una sola mujer, sin llegar nunca a nada con ella, de ahí en adelante la gente por joder te dice en la calle: ¡Compadre, no seas Fariñas!, para burlarse de aquella moral que en Caibarién nunca tuvo mucho asidero”.

Para Caibarién no hay tolerancia, sino convivencia normal y corriente, no hay escándalo moral, sino bonche, jodedera, lo que en el carnaval de otro pueblo conduce a una bronca allí sólo es motivo de algún que otro chiste burlón. Se la conoce como la ciudad de los apodos, por la gran cantidad de nombretes que describen la imaginación popular y la rica “fauna” de personajes que caminan por las calles. Están los culoepalos, los piojocosíos, los peocosíos, los pescuezoepollos, los bocaejaibas, los boquiviraos, y otro sinnúmero de términos que se heredan a través de las familias y que no constituyen una ofensa para quienes los ostentan. Hay una anécdota que cuenta cómo un recién llegado policía, muy correcto, comenzó a averiguar por el paradero de la familia de los “fondillos de madera” y nunca hubiera dado con ellos, de no ser porque alguien exclamó “¡Ah, tú dices los culoepalos!”

Los remedianos siempre critican la costumbre de los caibarienenses de tender las ropas en los portales, hasta allí llega el desprejuicio de los habitantes de la Villa Blanca: no les importa que vean un blúmer descosido o lleno de huecos, incluso en más de una ocasión he mirado que cuelgan la ropa sucia. Uno de los orgullos del caibarienense es ese, no tenerle miedo a su yo interior, a su ropa interior. El genial músico remediano Alejandro García Caturla, atacado en su tierra natal por su gusto sexual por las mujeres negras, hubo de buscar refugio en la vecina villa portuaria, más abierta a cualquier inclinación del sexo y a las enrevesadas partituras del artista. Todavía hoy, Remedios no le levanta un monumento a aquel genio universal, sólo hay una tarja en el sitio donde cayera asesinado, que la colocaron los caibarienenses.

Caibarién, según el chiste de un amigo mío, pudiera cambiar su nombre a Gaybarién, yo sé que allí no tendrían ningún problema en asumirlo. El balneario de la ciudad es sede habitual de fiestas para gays, bisexuales, trans y otras identidades. Ya en un documental reciente alguien la tituló como la Villa Rosa (donde el blanco tomó color). Sí, decir tolerancia sería un error, no medir lo disímil del lugar. Caibarién puede, más allá de cualquiera de los motes que le pongan, asumir la condición de ciudad liberada de los prejuicios de todos los tiempos, de precursora de una nueva mentalidad.

Tomado de: https://eltoque.com/blog/caibarien-ciudad-liberada

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