jueves, 19 de noviembre de 2015

Machismo a la cubana I


Escena rural cubana.


Por: Jesús Muñoz Machín y Sara Más Farías

Hombres dominantes, supremacía y prepotencia masculina, discriminación hacia las mujeres, poder y superioridad varonil, legado patriarcal, actitud ignorante y egoísta…

Estas —entre otras— son frases y palabras que, de forma inmediata, asociaron las personas consultadas por Mujeres ante la pregunta: ¿qué es el machismo?

Sin distinción de edad, mujeres y hombres definieron con claridad algún aspecto de ese mal que todos coinciden en condenar, algunas personas confiesan vivir en carne propia y tan difícil resulta de erradicar.

Escenas de la vida cotidiana lo confirman y la Doctora en Psicología Mayda Álvarez, directora del Centro de Estudios de la Mujer de la Federación de Mujeres Cubanas (CEM), lo reitera: «Cuba es una sociedad machista».

La experta aclara que, actualmente, es muy difícil no encontrar en el mundo una sociedad que no tenga una cultura patriarcal.

«Y aunque en nuestro país ocurren y han ocurrido transformaciones importantes relativas a las relaciones de género, todavía hay manifestaciones de machismo en el plano de las relaciones interpersonales y también de carácter institucional, organizacional», apunta.

La periodista Isabel Moya cree que habría que ver este asunto en dos dimensiones, porque es una ideología que promueve lo tradicionalmente masculino no solo como norma sobre la cual se estructura la sociedad, sino que también ejerce una función de control, e incluso se supone que debe corregirse lo que se sale de la norma, argumenta la Doctora en Ciencias de la Comunicación y directora de la Editorial de la Mujer.

«Pero habría que verlo, además, en los roles y con el matiz de una revolución de las mujeres durante 55 años», advierte.


Dr. Julio César González Pagés.
A la hora de dar definiciones, el historiador Julio César González Pagés afirma que se trata, sobre todo, de una ideología negativa que obliga al hombre a tener ciertos comportamientos hegemónicos para subordinar a las mujeres y a otros hombres, aunque las principales víctimas son casi siempre ellas.

«Es una forma de socializar, porque el hombre que no se comporte como un macho, no es un hombre legítimo. Se supone que el más golpeador, el más violento, más impositivo… es más macho. Hay un ideal de cierta hidalguía que resalta la noción del hombre como ser superior», explica el también Doctor en Ciencias.

Cuando alude al contexto cubano, Mayda Álvarez identifica situaciones con las cuales convivimos a diario y, lamentablemente, asumimos como lógicas y naturales: cada vez que se cosifica a las mujeres y se les considera un objeto sexual; cuando se les subestima para algún tipo de oficio o para el acceso a responsabilidades de dirección; se le deja a ella toda la responsabilidad del hogar y se le convierte en el centro de una familia que es de todos; cuando la violencia indica que hay una desigualdad de género y alguien se cree dueño del poder y lo ejerce como dominio…

En otros casos, pasa con más sutileza: cuando el hombre no acepta o se resiste a los éxitos de su pareja, la descalifica o subestima; cuando los chistes la desvalorizan y también si se concibe el amor como subordinación, se supeditan la feminidad, los intereses y deseos al servicio de los hombres. «Esa exaltación del hombre y la masculinidad es ideológica, pero también afectiva, jurídica, erótica; incluye todos esos aspectos», sostiene Álvarez.

EL MACHISMO SE DISFRAZA

Más allá de posiciones y debates que emergen cuando estos temas se tratan y que colocan en espacios aparentemente irreconciliables a hombres y mujeres, sucede que, como ideología y cultura, el machismo no es patrimonio exclusivo de los hombres, pero tampoco es culpa absoluta de las mujeres, como se cree con frecuencia.

«No me gusta que se justifique, sobre todo en la familia, diciendo que las primeras machistas son las mujeres porque no quieren que sus hijos hagan nada… No, ellas también son un resultado de la cultura y no las únicas responsables porque, a la vez, hay en esa familia un hombre que no hace nada y está reproduciendo, sin decir una palabra, la cultura patriarcal».

En ese proceso, entonces, hay machismo también, sin darnos cuenta, cuando «las mujeres consideramos como natural que ‘nos toca’ ser dominadas, nos subvaloramos para cualquier tipo de actividad o pensamos que no vamos a ser capaces de realizarla».

Detrás de esos preceptos funcionan el peso de la subjetividad y los imaginarios sociales, las prácticas y saberes que se transmiten de una generación a otra acerca de lo que deben ser hombres y mujeres, desde mundos antagónicos.

También la naturalización del machismo, que nos hace creer que «esas cualidades superiores de los hombres están dadas, necesariamente, biológicamente, porque así nacimos. Son ideas que se anclan en lo biológico, en lo natural, y por eso son tan resistentes», considera la directora del CEM.

Esos mecanismos que instauran y sustentan la supremacía masculina en casa, en la familia y los grupos, trascienden a la sociedad, alertan especialistas. «Reaparecen en la manera en que se organizan las instituciones y empresas, en cómo se conciben los puestos de trabajo, en las reuniones y actividades laborales que se convocan en horario extra, sin tener en cuenta que hombres y mujeres tienen familia y deben atenderla; en la sutileza de negar un puesto de trabajo a una mujer embarazada o con planes para ello», ejemplifica Álvarez.

Y aunque «no hay un ‘machómetro» para medir dosis bajas o altas de machismo, al decir de González Pagés, «lo cierto es que en muchos espacios se legitima».

Imagen tomada de  Global Voice.
«Todos estamos en contra del machismo, pero a la hora de valorar muchas actitudes en el mundo público, exigimos que hombres y mujeres actúen de manera machista. Entonces existe una experiencia hipócrita de cómo se debe ser y cómo se es realmente», sostiene el fundador de la Red Latinoamericana y Africana de Masculinidades (RIAM).

«En una sociedad como la cubana, donde la Revolución derribó estructuras sociales, una de las principales dificultades es que el machismo ha mutado y muchas veces las personas se toman muy a la ligera el tema. Y luego lo naturalizan con frases como: Los hombres cubanos son así. El piropo, por ejemplo, que muchas veces es acoso sexual directo contra la mujer, se ve como parte de esa forma cultural del macho cubano», agrega.

A juicio de Moya, lo complejo del machismo es que a veces se estructura desde presupuestos que escamotean las actitudes o conductas más tradicionales. Supuestamente se está resquebrajando y hay toda una serie de masculinidades emergentes, híbridas y en tránsito, pero a la vez pudiéramos hablar de los neomachismos, que se dan desde la negación de lo tradicional», apunta.

Un ejemplo es cuando llega disfrazado de protección, explica. «Cuando te dicen: no es que no quiera, pero quizás no sea lo mejor para ti. Eso media el acceso a determinados oficios, como el de taxista, del cual se dice que es muy riesgoso para las mujeres. Y yo parto del presupuesto de que nadie debe decidir por otra persona».

González Pagés coincide con ella cuando afirma que «hay falsas galanterías que refuerzan al machismo». A la par, muchas actitudes de ese tipo se siguen reforzando desde la música, los audiovisuales y el consumo cultural.

Moya advierte que el neomachismo se ve hoy, cada vez más, en la dependencia que se evidencia en las relaciones de pareja, «todavía muy ancladas en el mito del amor romántico y los estereotipos de posesión, en la idea de que solo nos realizamos si vivimos con una pareja que nos complementa», sostiene.

El fundador de la RIAM advierte que el machismo no forma parte del pasado y por eso es necesario mantener una vigilancia constante. «Los logros hay que defenderlos constantemente porque el machismo muta, se adapta, y a veces se nota cierta relajación en su enfrentamiento», señala.

Continuará...

Publicado en Revista Mujeres
 

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