martes, 29 de noviembre de 2016

Lázara no quería llorar

Lázara Martínez no quería llorar. Su voz se escuchaba fuerte, tal vez un poco apagada, pero era comprensible. “Cuando escuché la noticia (acerca de la muerte de Fidel Castro), me quedé frente al televisor, de pie, tiesa, mijo*”, espetó la habanera de 75 años, que hace décadas dejó la barriada de Mantilla para irse a Pinar del Río.



“¿Y cómo está todo por allá?”, preguntó el interlocutor. “Mucha tristeza, silencio, todos firmando, tranquilos y sin ningún lío”, respondió la señora.

“¿Pero, te sientes bien?”, insistió suavemente el muchacho que llamaba desde la capital cubana. “Claro mijo, él se fue cuando debía, hizo lo que le tocaba y más. Ahora es el turno de nosotros, de los viejos que quedamos y de ustedes… tú entiendes, de ustedes”.

La voz de la anciana comenzaba a resquebrajarse y por eso la conversación tomó otro rumbo. El barrio, el perro, la diabetes, cualquier tema era oportuno para evitar las lágrimas de Lázara.

Jesús, el hijo de la septuagenaria, tomó el teléfono y dijo: “Papo, ella trata de no llorar, pero no aguanta. ¡Mira que tú abuela lo quería coñoooo!”.

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